Estamos todos horrorizados por el
linchamiento del pibe David Moreira en Rosario. Un amigo lo definió como “una
mamushka de cosas lamentables”. Ya se dijo mil veces, estas cosas son un
síntoma de una descomposición social que asusta. Hoy me preguntaba qué pasaría si
alguien (una buena persona, pongamos) que va en auto por el camino de Cintura encuentra un tipo tirado en el
asfalto. Posiblemente lo esquive y no se pare a ayudarlo, posiblemente tenga
miedo de que sea una trampa. Y, con muchas menos probabilidades de las que la
persona con miedo cree, podría ser efectivamente una trampa. Así estamos más o
menos como sociedad, sobre todo en las grandes ciudades. Con miedo (otro día
discutimos los múltiples factores que generaron eso), y el miedo enceguece.
Volviendo a lo de David. Primero
quiero aclarar que puesto que la víctima del robo lo identificó, y las primeras
personas que lo interceptaron lo vieron robando, voy a suponer que él cometió
el hecho que desencadenó todo. Si mañana se descubre que no fue el, borro todo,
pido mil disculpas.
Lo que
me lleva a escribir es haber leído algunas notas y opiniones, desde gente que
respeto mucho, que tienden a santificar al pibe. Para eso usan algunos trucos
argumentativos que son falacias. Primero, el hecho de que Moreira haya sido
víctima de una atrocidad, de ningún modo lo convierte retrospectivamente en
inocente, ni en buen pibe. Separemos los tantos. Según coinciden todos los
relatos, el pibe iba en una moto con otro, vieron a una chica con un bebé en
brazos (¿hay algo más indefenso que una madre con un bebé en brazos?), la
señaló, dio la vuelta, bajó de la moto, le robó y escapó.
Paréntesis.
Otro amigo con el que charlé mucho me convenció de que esa idea tan
generalizada de “roba porque no tiene otra opción”, o “se prostituye porque las
circunstancias la obligan”, es en el fondo un pensamiento clasista y
paternalista. Es quitarle autonomía a las decisiones de las personas. Es un “yo
estoy arriba, yo entiendo, vos en cambio sos una marioneta de la sociedad”. Es
más o menos la misma matriz del “escuchan cumbia porque no entienden de música”.
Entonces,
estamos de acuerdo que las cartas que tiene en la mano un adolescente que vive
en una villa de Rosario son pocas, que la mayoría de sus opciones tienen que
ver con la violencia, y por supuesto que si tuviésemos más trabajo, más
inclusión, y sobre todo más y mejor distribución de la riqueza y de las
decisiones, habría muchos menos pibes en esa situación.
Ahora,
partiendo de ese acuerdo, digo que respetemos a los David Moreira como seres
humanos, y concedamos que tomaron la decisión de hacer lo que hacen, que son
concientes de que cuando salen a robar arriesgan su libertad, su salud y hasta
su vida. Muchos en la jerga llaman “trabajos” a los robos. Lo hacen sabiendo
que es un trabajo de riesgo. El que sale de caño (no es el caso), sabe que está
doblemente expuesto, y así. Me niego a la mirada progre que sitúa a los pibes
en una especie de limbo del desconocimiento, donde son soldaditos de un sistema
perverso que caminan con orejeras.
Ese
pensamiento, muy bienintencionado, cuando habla de las soluciones habla de “darles”,
de “enseñarles” lo que se debe y lo que no se debe, de “educarlos”. Ese
pensamiento, en definitiva, para entenderlos les quita su entidad de ser
humano.
No
comparto las argumentaciones a partir de casos puntuales. Pero cuento que el
otro día iba en la moto por camino de Cintura y dos pibes en otra moto me
apuntaron con un arma a menos de un metro de distancia para robarme. Lo que más
sentí es miedo, pero también bronca. No es justo. No era justo que si él o yo
hacíamos un mal movimiento capaz me tiraba, capaz me mataba. ¿Por qué? Yo no lo
hubiera hecho, pero si alguien pasaba en ese momento y le daba un batazo en la
cabeza, no me iba a escandalizar.
En mi
escala moral (¿quién me preguntó?), el primero que paró a David y lo cagó a
palos no hizo algo malo. Yo diría que “le cabió”. Porque robarle a una piba con
un bebé es ser una rata, un cobarde.
Ahora,
después aparecen en escena unos animales que son cien veces más ratas, más
cobardes, y que aparte son asesinos, asesinos cagones porque solos no matan ni
una mosca. El video de unos tipos pateándole la cabeza a un pibe tirado en el
piso es repulsivo. Por supuesto, esos no tienen perdón. Son asesinos, deben ir
presos.
Pero
digo una vez más, eso no exime de culpa a David, no lo hace un santo, no lo
hace una buena persona. Sí es una víctima más de una sociedad estructuralmente
injusta, pero que nadie me diga que no pudo evitar hacer lo que hizo.
Y para
el final la perlita que me hinchó las pelotas. La familia de David donó sus
órganos, y leí que algunos usaron eso para argumentar “a favor” del pibe. Un
buen gesto de sus padres transformado en un golpe bajo burdo por los progres de
la pluma, que me tienen bastante cansado ya.
Se puede debatir, los escucho y los leo.