Si
quisieras musicalizar una fiesta popular, en una casa, un barrio, en cualquier
lugar del país… ¿qué género músical no te podría faltar?
¿Cuál es el
tipo de música más escuchado, bailado y disfrutado por los sectores populares
en la Argentina?
Hace
un par de días me puse a revisar el cronograma de los festejos en Plaza de Mayo
y volví a descubrir como todos los años que la cumbia, el cuarteto y los
géneros tropicales volvieron a ser olímpicamente ignorados por los
programadores del Ministerio de Cultura (escrito en singular y con mayúscula, lo
que denota la concepción de hay una sola cultura realmente existente y
deseable). Las excepciones fueron pocas y merecen destacarse. En 2010 en el más
pequeño de los escenarios secundarios tocaron Los Palmeras y fue una fiesta. En
2013 en Plaza de Mayo, Gladys hizo dos canciones y fue una fiesta. Obvio.
Creo
que nadie puede discutir, ni los que están en contra ni los que estamos a
favor, que este gobierno es y ha sido un gobierno popular, enfocado a
satisfacer las necesidades y consolidar los derechos de los sectores populares.
Por eso, entre otras cosas, lo bancamos, lo votamos, lo defendemos y lo
seguiremos haciendo.
Pero
en materia cultural siento que los que digitan las políticas, (personas de
clase media, “cultos”, bienpensantes), tienen una concepción paternalista, y
cuando programan eventos lo hacen con un criterio prescriptivo. El mensaje que
recibo cuando veo la programación es “vamos a satisfacer a la clase media
urbana, esa que se copa con Spinetta, Coplanacu, Miss Bolivia, Illya Kuriaki,
Bersuit, Calle 13 y Fena Della Maggiora (?)” (y no tengo nada en contra de
todos esos artistas populares, a los que respeto mucho). Pero también uno puede
leer otro mensaje, que podría decir “y a ver si los pobres aprenden que la
música que les tiene que gustar es esta y no la que en verdad les gusta”.
Esa
concepción paternalista, donde una política cultural consiste en intentar que
los pobres “aprendan”, “corrijan” sus gustos. En donde lo deseable sería que
los pobres escuchen ópera. Esa concepción, en un gobierno popular, me hace
mucho ruido.
Los
miles y miles de ciudadanos que se movilicen a Plaza de Mayo esta tarde y
quieran escuchar y bailar cumbia, deberán escuchar a Ana Prada y (otra vez más)
a Víctor Heredia, que seguramente le encantan al progresista que programa. El
pretendido pluralismo al elegir los artistas tiene un límite autoimpuesto, el
límite de lo deseable, de lo que queda feo.
Un
gobierno popular no tendría que tener miedo de ser acusado de ordinario, de “negro”,
sobre todo cuando representa al partido de los cabecitas negras, al que copó
Buenos Aires en 1945, al que siempre fue odiado por las clases medias y altas
de la ciudad. Qué orgullo me daría a mi si sacáramos pecho, llenáramos la Plaza
de música popular y dijéramos en actitud que incomode a muchos, casi
desafiante: “esto es lo que somos”. (Después de todo, y si lo querés pensar en
términos pragmáticos, che Teresa… ¿de dónde vienen nuestros votos?).
Yo
creo que una política sobre culturas populares debería en primer término
respetar los gustos de todos, no jerarquizarlos. Debiera también entender que
lo popular es el quehacer cultural de los sectores populares y sus consumos,
respetar y fomentar esto. Una política popular en cultura tampoco debiera
quedarse en reproducir lo que ya está, sino fomentar la creación de cosas
nuevas, abrir el abanico de posibilidades para que todos los sectores tengan
más y mejores herramientas y opciones para poder elegir y hacer.
Ignorando
a uno de los géneros de música popular más popular de todos, creo que no
estamos siendo respetuosos.