martes, 1 de abril de 2014

Linchamientos. David no era un santo.

Estamos todos horrorizados por el linchamiento del pibe David Moreira en Rosario. Un amigo lo definió como “una mamushka de cosas lamentables”. Ya se dijo mil veces, estas cosas son un síntoma de una descomposición social que asusta. Hoy me preguntaba qué pasaría si alguien (una buena persona, pongamos) que va en auto por el camino de Cintura encuentra un tipo tirado en el asfalto. Posiblemente lo esquive y no se pare a ayudarlo, posiblemente tenga miedo de que sea una trampa. Y, con muchas menos probabilidades de las que la persona con miedo cree, podría ser efectivamente una trampa. Así estamos más o menos como sociedad, sobre todo en las grandes ciudades. Con miedo (otro día discutimos los múltiples factores que generaron eso), y el miedo enceguece.
Volviendo a lo de David. Primero quiero aclarar que puesto que la víctima del robo lo identificó, y las primeras personas que lo interceptaron lo vieron robando, voy a suponer que él cometió el hecho que desencadenó todo. Si mañana se descubre que no fue el, borro todo, pido mil disculpas.
                Lo que me lleva a escribir es haber leído algunas notas y opiniones, desde gente que respeto mucho, que tienden a santificar al pibe. Para eso usan algunos trucos argumentativos que son falacias. Primero, el hecho de que Moreira haya sido víctima de una atrocidad, de ningún modo lo convierte retrospectivamente en inocente, ni en buen pibe. Separemos los tantos. Según coinciden todos los relatos, el pibe iba en una moto con otro, vieron a una chica con un bebé en brazos (¿hay algo más indefenso que una madre con un bebé en brazos?), la señaló, dio la vuelta, bajó de la moto, le robó y escapó.               
                Paréntesis. Otro amigo con el que charlé mucho me convenció de que esa idea tan generalizada de “roba porque no tiene otra opción”, o “se prostituye porque las circunstancias la obligan”, es en el fondo un pensamiento clasista y paternalista. Es quitarle autonomía a las decisiones de las personas. Es un “yo estoy arriba, yo entiendo, vos en cambio sos una marioneta de la sociedad”. Es más o menos la misma matriz del “escuchan cumbia porque no entienden de música”.
                Entonces, estamos de acuerdo que las cartas que tiene en la mano un adolescente que vive en una villa de Rosario son pocas, que la mayoría de sus opciones tienen que ver con la violencia, y por supuesto que si tuviésemos más trabajo, más inclusión, y sobre todo más y mejor distribución de la riqueza y de las decisiones, habría muchos menos pibes en esa situación.
                Ahora, partiendo de ese acuerdo, digo que respetemos a los David Moreira como seres humanos, y concedamos que tomaron la decisión de hacer lo que hacen, que son concientes de que cuando salen a robar arriesgan su libertad, su salud y hasta su vida. Muchos en la jerga llaman “trabajos” a los robos. Lo hacen sabiendo que es un trabajo de riesgo. El que sale de caño (no es el caso), sabe que está doblemente expuesto, y así. Me niego a la mirada progre que sitúa a los pibes en una especie de limbo del desconocimiento, donde son soldaditos de un sistema perverso que caminan con orejeras.
                Ese pensamiento, muy bienintencionado, cuando habla de las soluciones habla de “darles”, de “enseñarles” lo que se debe y lo que no se debe, de “educarlos”. Ese pensamiento, en definitiva, para entenderlos les quita su entidad de ser humano.
                No comparto las argumentaciones a partir de casos puntuales. Pero cuento que el otro día iba en la moto por camino de Cintura y dos pibes en otra moto me apuntaron con un arma a menos de un metro de distancia para robarme. Lo que más sentí es miedo, pero también bronca. No es justo. No era justo que si él o yo hacíamos un mal movimiento capaz me tiraba, capaz me mataba. ¿Por qué? Yo no lo hubiera hecho, pero si alguien pasaba en ese momento y le daba un batazo en la cabeza, no me iba a escandalizar.
                En mi escala moral (¿quién me preguntó?), el primero que paró a David y lo cagó a palos no hizo algo malo. Yo diría que “le cabió”. Porque robarle a una piba con un bebé es ser una rata, un cobarde.
                Ahora, después aparecen en escena unos animales que son cien veces más ratas, más cobardes, y que aparte son asesinos, asesinos cagones porque solos no matan ni una mosca. El video de unos tipos pateándole la cabeza a un pibe tirado en el piso es repulsivo. Por supuesto, esos no tienen perdón. Son asesinos, deben ir presos.
                Pero digo una vez más, eso no exime de culpa a David, no lo hace un santo, no lo hace una buena persona. Sí es una víctima más de una sociedad estructuralmente injusta, pero que nadie me diga que no pudo evitar hacer lo que hizo.

                Y para el final la perlita que me hinchó las pelotas. La familia de David donó sus órganos, y leí que algunos usaron eso para argumentar “a favor” del pibe. Un buen gesto de sus padres transformado en un golpe bajo burdo por los progres de la pluma, que me tienen bastante cansado ya.
             Se puede debatir, los escucho y los leo.

1 comentario:

  1. es fáctico el hecho de que la justicia realmente funciona muy mal, muy mal, y que el ajusticiamiento parece ser des-alienante y para colmo anónimo. No me cabe otra idea que la espectacularidad del sometimiento de los cuerpos frente al poder despótico de la justicia (como cuerpo) y de los medios (como puente) es novedosa, en este contexto. Parece que linchamientos siempre hubo, como siempre hubo violencia hacia la mujer, pero entramos otra vez a la repetición perversa de esos actos por los medios, y así nadie escapa de la opinión que llaman "derrota cultural" y/o progresismo barato, a fin de cuentas es la fuerza de la información y no la fuerza de la comunicación.

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